viernes, 13 de diciembre de 2013

Sentarse a esperar dejó de ser una opción

Por Martín Rodríguez Yebra

Durante dos años, Mariano Rajoy enfrentó el creciente desafío de los independentistas catalanes con la receta de un médico al que le llevan un chico resfriado: ya se les va a pasar. 

Pero el tiempo no trajo soluciones. El plebiscito soberanista convocado por Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña, colocó al gobierno de España ante uno de los desafíos políticos más delicados desde que el país vive en democracia.

Rajoy reaccionó ante el pacto nacionalista con el argumento blindado al que apeló desde la primera vez que Mas agitó la bandera del "derecho a decidir": la Constitución impide un plebiscito de autodeterminación y no hay nada que discutir.

El inconveniente es que la crisis llegó a un punto en el que la letra de la ley se presume insuficiente. ¿Puede contener sin ceder en nada el fervor separatista que expresaron millones de personas en las manifestaciones de los últimos años por el Día de Cataluña? ¿Es posible evitar un conflicto social serio sin un plan para "reconquistar" a una sociedad desencantada que les entregó a los partidos nacionalistas casi el 65% de las bancas del parlamento regional? ¿Alcanzará esa postura para no desanimar a los millones de catalanes que quieren seguir dentro de España? "La sociedad catalana, según todos los datos disponibles, sólo coincide en el deseo de un encaje político en España distinto del actual", sostiene el sociólogo José Juan Toharia, director de la consultora Metroscopia.

El Partido Popular (PP) de Rajoy se resiste a considerar una reforma constitucional que revise el estatus de Cataluña, una rica comunidad industrial donde habitan casi ocho de los 45 millones de españoles. El descontento catalán fue creciendo al ritmo de la crisis económica. Se desempolvó el viejo eslogan "Espanya ens roba" y ganó fuerza el relato del separatismo radical sobre una supuesta opresión centenaria de Madrid sobre los catalanes.

Mas -un liberal que emergió de la burguesía catalana- empezó a alimentar con timidez hace dos años el sueño nacionalista: quería un pacto fiscal que le permitiera revertir lo que en su visión es una injusta distribución de los fondos coparticipables. Pero la ola independentista lo superó. Quiso subirse y casi termina arrastrado.

En 2012 disolvió su gobierno, llamó a nuevas elecciones y retuvo el cargo con una mayoría ajustadísima que lo obligó a plegarse al plan a todo o nada de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), los independentistas de toda la vida.

A cambio, ERC -una formación de origen obrero y discurso combativo- acompañó sin chistar este año el programa de recortes de más de 1200 millones de euros que un debilitado Mas desplegó en los ratos libres de la aventura secesionista.

Rajoy no aceptó negociar y se movió en Bruselas para que la Comisión Europea recordara de tanto en tanto que, si una región se separa de un Estado miembro, queda automáticamente fuera de la unión. Así, Cataluña se encaminaría a la ruina económica, recuerda la Moncloa. Evita explicar cómo impactaría en España la pérdida de un territorio que produce casi un cuarto de su riqueza.

El brío de Mas parecía haberse amainado en los últimos meses. Pero otra vez estaba en juego su poder: ERC había amenazado la semana pasada que le quitaría el apoyo si no cumplía con el llamado al plebiscito para 2014. Acorralado, Mas aceleró ayer hacia la pared que le había edificado Rajoy. Puso fecha a la convocatoria y anunció dos preguntas vagas, lo suficientemente ambiguas para que los sectores moderados de su coalición no se vieran obligados a irse. Compró tiempo.

¿Y ahora qué? Es evidente que no habrá un acuerdo de Estado, al estilo del que logró Escocia con Gran Bretaña para llamar a un plebiscito legal.

El rechazo total al plan por parte de los grandes partidos españoles vislumbra tres caminos posibles para el gobierno catalán, todos complicados.

El primero es recurrir a una ley regional de consultas públicas para convocar el plebiscito, lo que desataría una larga disputa judicial sobre su validez. El segundo, más dramático, sería una declaración unilateral de independencia. El último: que Mas, imposibilitado de cumplir su promesa, disuelva el gobierno y llame a elecciones plebiscitarias. Así podría proponer a los catalanes un frente integrado por todos los partidos separatistas. Un plebiscito por otra vía.

Todas las hipótesis abren un futuro inquietante para Rajoy. ¿Qué hará si la ofensiva no cesa? ¿Estará dispuesto a aplicar las soluciones drásticas que le otorga la Constitución, como la suspensión de la autonomía de Cataluña? Es muy probable que sentarse a esperar ya no sea una opción..

No hay comentarios:

Publicar un comentario