martes, 20 de agosto de 2013

Ni tan sumisas, ni tan devotas

 Por Carolina Bracco

Ciudadanas de segunda en sus países y estigmatizadas por Occidente, las mujeres árabes han sido víctimas no sólo de los estereotipos, sino también de sus propios gobiernos, sociedades y tradiciones. Esto ha generado en Occidente la sensación de que las mujeres árabes se han mantenido –y aún se mantienen– al margen de los asuntos públicos. De ahí que la mayoría de los medios cubrieran su participación en la revolución en Egipto con sorpresa. Dicha “sorpresa” responde, en parte, a una ceguera sobre el papel de las mujeres y su participación política desde comienzos del siglo XX. El acceso masivo a la educación y al mundo del trabajo no ha generado cambios sustanciales en la sociedad egipcia, que desarrolló nuevas prácticas y mecanismos que perpetúan el sistema patriarcal y mantiene a las mujeres ocupando los roles tradicionales.

A su vez, la participación femenina en el espacio público, junto con la crisis económica que impide a la mayoría de la población casarse y formar una familia generó un fenómeno mayoritario que empieza a ser visibilizado: el acoso y la violencia sexual. En su informe del año 2008, el Centro Egipcio por los Derechos de las Mujeres sobre el tema demostró que el 83 por ciento de las egipcias y el 98 por ciento de las extranjeras habían sido víctimas de acoso sexual, mientras que la mitad admitió serlo diariamente.

Todo esto pareció estar en pausa durante los 18 días de la revolución egipcia en los que egipcios y egipcias lucharon codo a codo para culminar con la dictadura de Mubarak luego de casi 30 años en el poder. Ni acoso sexual ni discriminación de género tuvieron lugar cuando todo el pueblo egipcio se alzó a reclamar dignidad, justicia y libertad. Durante muchos años, los y las activistas en Egipto lucharon por los derechos humanos, incluyendo en su lucha los derechos de las mujeres y la justicia social.

En lo que respecta al feminismo, eran casi nulos los espacios. Las jóvenes egipcias se lanzaron en la última década a ocupar un nuevo espacio que ya nadie podría arrebatarles: el "ciberactivismo”, una actividad compartida por jóvenes de ambos sexos, tuvo especial relevancia para las egipcias, que hicieron de él un lugar de encuentro, discusión y lucha política. Sin duda, el gran triunfo del ciberactivismo fue el de atraer a sectores más alejados y reticentes a participar en manifestaciones públicas: las mujeres adultas de todos los estratos que acompañaron masiva y pacíficamente día y noche las protestas.

Lo que se destacó de las manifestaciones es que mujeres y hombres convivieron en aquel improvisado campamento que se montó en la Plaza Tahrir, epicentro de las revueltas que sacudieron al país, durmiendo uno al lado del otro y, sin embargo, no se registraron incidentes relacionados con el acoso sexual o violaciones que, como decía, es un fenómeno muy extendido en el país. Pero el mismo día en el que Mubarak se alejaba del poder un hecho enturbiaría el escenario de algarabía y emoción que caracterizó a la plaza Tahrir el 11 de febrero: el asalto sexual y violento sufrido por la periodista de la CBS Lara Logan. La historia de Logan  puso sobre el tapete fue uno de los tabús más grandes de Egipto: el acoso sexual, que como mencionaba anteriormente, se encuentra ampliamente extendido pero poco aceptado, tanto por hombres como por mujeres. El acoso y la violencia sexual es probablemente el mayor problema que sufren las mujeres en ese país.

Decenas de personas fueron arrestadas y llevadas al museo egipcio, que hace las veces de centro de operaciones del ejército. Allí fueron interrogados y torturados los detenidos. Las mujeres solteras, además, fueron sometidas a pruebas de virginidad con la amenaza de que si descubrían que alguna de ellas no lo era sería acusada de prostitución. El hecho tuvo repercusión internacional recién en mayo, cuando uno de los altos cargos militares admitió que se habían realizado las pruebas diciendo: “Esas chicas que fueron detenidas no son como su hija o la mía, son chicas que estuvieron acampando con hombres en la Plaza Tahrir, y en esas carpas encontramos cócteles molotov y drogas (...) no queríamos que dijeran que las habíamos atacado sexualmente o violado durante su detención, por lo que quisimos probar que no eran vírgenes cuando las detuvimos. Y ninguna de ellas lo era”.

A pesar de la intimidación y la humillación a la que fueron expuestas las detenidas, muchas de ellas publicaron en sus blogs, Facebook y Twitter lo sucedido, despertando la solidaridad. Una de ellas incluso decidió hablar en público, en una reunión que congregaba a varias agrupaciones políticas donde fue filmada y el video circuló por las redes sociales hasta llegar a The New York Times. Su nombre es Salwa al Housiny Gouda, una peluquera de 20 años cuyo valiente testimonio alentó a otras jóvenes a denunciar públicamente lo ocurrido. Según relató a Amnistía Internacional, los soldados la obligaron a desnudarse, la golpearon, le aplicaron descargas eléctricas y luego la sometieron a la prueba de virginidad por quien decía ser un médico, mientras los soldados la fotografiaban con sus celulares.

Desde febrero comenzaron a llamar la atención sobre ello con el temor de que las egipcias corran la misma suerte que sus hermanas argelinas en la guerra de la independencia (1954-1962), cuando luego de luchar en las filas del Frente de Liberación Nacional éste les dio la espalda. Para evitar esto, sería fundamental lograr un cambio en la legislación, específicamente el Estatuto Personal Musulmán (1), conocido como derecho de familia, que las feministas egipcias intentan desde hace más de un siglo reformar.

El documento promueve y estructura un modelo de familia que se remonta a principios del siglo pasado, basándose enteramente en una lectura patriarcal de la jurisprudencia islámica y cristiana en el caso de la minoría copta y otras minorías cristianas de Egipto. Dicha ley, que legitima la autoridad y el poder del hombre, mantiene un sistema “tradicional” de desigualdad de género; donde el esposo es el jefe de familia, con todos los derechos, privilegios y prerrogativas, pero también con deberes –económicos– de protección y sustento. La mujer, así, queda subordinada, debiendo obediencia a su marido y estando a su servicio en compensación por la protección y el sustento recibido, esté de acuerdo o no.

Con la justificación –o excusa– de que se basa en la ley religiosa inmutable, a lo largo de los años sólo han conseguido mínimos ajustes que no perturban el modelo patriarcal. Así, el derecho de familia es un documento no sólo autoritario sino también anacrónico y disonante con la realidad y anula la dimensión económica de la mujer. Disonante con la realidad, pero no con las mentalidades locales, que mantienen a las mujeres en los lugares tradicionales, lo que produce una tensión entre realidad y tradición que debe ser subsanada.

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