martes, 12 de julio de 2011

La última musa

Picasso y Jacqueline Roque se conocieron en 1953. Ella tenía 27 años y unos rasgos que a él le recordaron inmediatamente a la de la muchacha que aparece con un narguile en el famoso cuadro de Delacroix: "Las mujeres de Argel". Así la pintó después como "Mujer vestida de turca". La segunda vez, él tenía 72 años, y ella era una belleza de 45 años con los ojos verdes, tras cortejarla 6 meses y dibujar una paloma gigante con tiza en la pared de su casa, se casó con ella en secreto.

Los 20 últimos años de su vida los pasó a su lado. Fue la más discreta de sus mujeres. Vivió a su sombra. Picasso pintó a Jacqueline muchas veces. Sin embargo, ésta casi nunca posó de veras para él, limitándose a estar en la casa a su lado. Era la única persona cuya presencia toleraba en el taller cuando pintaba. Jacqueline se quedaba a su lado noches enteras mirándolo pintar. El artista garabateaba en el reverso de los lienzos mensajes de amor: "Para Jacqueline, en el día de San Valentín". Estaban tan unidos que ella casi nunca salia del hogar. Vivían en un castillo del siglo XVII al pie de la montaña de Sainte-Victoire. A Picasso le inquietaba tanto lo que le pudiera pasarle, también podía ser cruel con ella, tanto que ella a veces se refería a él como al "abominable hombre de las nieves".

Durante los últimos años de la vida del pintor, Jacqueline bebía de forma excesiva. Estaba afectada por la agonía de su marido y la difícil relación de ambos con los hijos y nietos de Picasso. En la víspera de su muerte, el pintor se tomó su infusión de todas las noches y preguntó a su esposa: ¿Sabes si tengo suficientes lienzos y pinceles? Mañana mismo voy a empezar a pintar otra vez. Al día siguiente, el médico le puso unas inyecciones para que respirase mejor. Picasso le preguntó si estaba casado. El médico le dijo que no. Pues se equivoca -dijo el pintor- . Vale la pena. Picasso se volvió a Jacqueline y murmuró: Mi mujer es maravillosa. Fueron sus últimas palabras. Jacqueline describió así el momento: "Vi que su rostro rosado se volvía gris. Aún no lo he asimilado del todo". Seis días y seis noches veló el ataúd en el cuarto de la guardia del castillo. Finalmente lo enterró al pie de la entrada. Jacqueline se sumió en una profunda depresión. Años más tarde, una noche de 1986, tendida bajo una manta idéntica a la que cubriera el cuerpo de Picasso al morir, Jacqueline se llevó a la sien un revólver y apretó el gatillo. Uno de sus deseos fue respetado: que la enterraran envuelta en una negra capa española como Picasso, junto a la tumba de éste al pie del castillo.

Según Marina Picasso, nieta del pintor malagueño, éste fue un monstruo que necesitaba calmarse con sacrificios humanos como un dios azteca. Las víctimas elegidas eran sus seres queridos. Suena como hiperbólico, pero la tasa de muertes sugiera una maldición familiar. El hermano de Marina, se suicidó tomando lavandina. Su abuela, murió paralizada. Su padre murió trágicamente. Jacqueline, se pegó un tiro. Maria Thérése Walter, musa del artista, se ahorcó. Marina no duda,  "Para crear, él debía destruir todo lo que estaba en el camino de su creación." El nieto del pintor, Olivier Widmaier-Picasso, desmiente dichos de alto voltaje volcados por su prima, "Mi abuelo no era un tacaño, ni un egoísta ni manipulaba a las mujeres." Pablo Picasso hoy se volvió sinónimo no sólo del hombre que revolucionó el arte del siglo XX, sino también del monstruo que "necesitaba sangre de sus familiares para firmar sus obras", al decir de su nieta Marina. Este parisino de 43 años busca acabar con las leyendas negras instauradas por biógrafos y parientes, que responsabilizan al artista del trágico destino de su familia.