sábado, 29 de enero de 2011

Días de ira

Cartel del presidente egipcio Mubarak, destrozado por manifestantes 
En 2003 los egipcios, como la mayoría de sus hermanos árabes, fueron unánimes: rechazaron la pretensión de Bush de "llevar la democracia" a Irak con bombarderos. Lo dijo, el autócrata Mubarak. Lo dijeron, los islamistas más o menos moderados de los Hermanos Musulmanes. Y lo dijeron alto y claro reformistas y demócratas como el escritor Naguib Mahfouz, el cineasta Youssef Chahine y el sociólogo Diaa Rachwan. A los últimos, como es habitual, se les prestó poca atención en Estados Unidos y Europa. Lo que declaraban era que imponer la democracia en el mundo árabe por la fuerza de las armas occidentales era una estupidez; esta vía, amén de inmoral, era contraproducente. Las libertades sólo llegarían a los países árabes por movimientos nacidos en su interior.

Se confirmaba así lo anunciado con la de la caída de Ben Alí: las juventudes urbanas de los países árabes comparten la misma sed de libertad, trabajo y dignidad, y están informadas, gracias a la televisón por satélite Al Yazira y a Internet de lo que ocurre en su entorno. Miles de egipcios ocuparon la plaza Al Tahrir en El Cairo, exigiendo la salida de Mubarak y condenando la  pretensión de dejar en herencia a su hijo Gamal la presidencia. Pero los demócratas egipcios lo tienen más difícil que los tunecinos. Si el apoyo occidental a la revolución del jazmín ha sido escaso o nulo, lo será aún menos a las protestas democráticas del valle del Nilo. Para Estados Unidos, es crucial disponer ahí de un régimen policial sólido que garantice la seguridad de Israel, por eso regala anualmente millones de dólares desde la firma de los acuerdos de paz de Camp David, en 1978. Y al establishment europeo le paraliza el miedo a la llegada al poder de los Hermanos Musulmanes -fuerza opositora- en la vecindad de Israel., lo que juega en contra en el valle del Nilo. Europa ha actuado en base a la errónea idea de que la autocracia es la única alternativa posible a la teocracia en el norte de África.

Los dirigentes políticos, han quedado en un segundo plano ante la fuerza de los egipcios, que están siguiendo a los jóvenes que abanderan el cambio. Un cambio político y ausente en consignas de corte islamista, como pretendía contaminar el régimen. Miles de personas se enfrentaron a la policía, que no dudó en dispersar con gases lacrimógenos. "¿Por qué me pegas?, estoy luchando también por tus derechos", recriminaba un joven al policía, el desconcierto duró hasta el siguiente golpe. Ayuda a entender El edificio Yacobian, novela de Alaa Al Aswany, que dio origen a la película homónima, es un retrato de El Cairo contemporáneo, ruidosa, contaminada y superpoblada, cuya gente lucha a diario por un plato de habas, sin perder el humor. Sus gobernantes no les ofrecen niveles elementales de libertad y trabajo pero sí un trato humillante y corrupción. Tres datos básicos lo demuestran: Egipto con 81 millones de habitantes, es el país más habitado del mundo árabe, la edad media de sus habitantes es de 24 años y su renta per cápita es de 6.000 dólares anuales. Un polvorín.

Manifestantes lanzaron zapatos o pisaron carteles del presidente “Vete Mubarak el avión te espera”, cantaban. Hay nuertos y heridos pero la gente sigue desafiando el toque de queda. Las  redes sociales desempeñaron un importante papel a la hora de transmitir convocatorias, aunque, a la hora de la verdad, la protesta siga haciéndose a la vieja usanza: en la calle, enfrentándose a la policía y pagando un elevado precio de sangre. Facebook fue la herramienta que los jóvenes emplearon para convocarse en varias localidades, el mensaje: "Hijos de Egipto, tomad las calles". Y así también la juventud egipcia volvía a situarse a la vanguardia de la revuelta dejando atrás a sus líderes políticos. "pueblo egipcio, alza tu voz, tienes derecho a hablar", "ayer éramos todos tunecinos; hoy somos todos egipcios; mañana seremos todos libres", fueron algunas de las consignas.


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