viernes, 28 de enero de 2011

Lecciones tunecinas

"Como un reguero de pólvora, el cambio parece recorrer el mundo árabe"

El efecto dominó del estallido en Túnez, se ha dejado notar en Jordania, Arabia Saudí, Siria. La chispa de la inmolación del joven tunecino ha prendido en el desempleo, el autoritarismo y corrupción que se extiende desde el Atlántico al mar Rojo. Las llamas de la protesta juvenil abrasaron al tunecino Ben Ali y chamuscan al egipcio Mubarak. Se trata de un fenómeno único ya que el discurso occidental trata a los países árabes como incapaces de asumir colectivamente un destino democrático.


Desmonta el estereotipo sobre lo incompatible entre lo árabe, islam y la democracia. Desmienten esos argumentos y hacen temblar a las dictaduras que gobiernan hace décadas con mano de hierro y privilegios exorbitantes. Occidente informa de estos países, con prejuicios coloniales,  a través de sus gobernantes corruptos y miedos proyectados. Miedo al islamista, al barbudo, al Bin Laden multiplicado y transformado en propaganda útil para que nada cambie. Ayer miles de yemeníes se rebelaron contra la carestía de alimentos, la corrupción y el nepotismo y exigieron en las calles el fin del régimen, ahora los jordanos han salido a la calle para pedir la destitución del primer ministro y la adopción de reformas económicas y políticas en el país.

Por unas extrañas simetrías de la Historia, el tunecino Ben Ali y el haitiano Jean-Claude Duvalier se acaban de cruzar en el camino de ida y vuelta  de sus respectivas dictaduras. Iba el uno, con su señora y lingotes a Yeda, donde los saudies le esperan para venderle un palacio. El otro venía de gastarse en la Costa Azul, durante su dorado exilio, cuanto robó a su pueblo: Haití donde las desgracias no cesan. Los pueblos del Medio Oriente y América Latina parecen tener en común el despojo, la corrupción y la impunidad. ¿Porqué los pueblos soportan tanto sufrimiento para hacer valer sus derechos?. No entiendo.

En buena medida, los patrones de autoritarismo que se pueden ver en los países árabes son comparables a otros lugares del mundo. Ese momento siempre asombroso en el que un poder que parecía eterno vacila, se resquebraja, se desploma como un castillo de arena. A un pueblo que ha perdido el miedo no hay tirano que se le resista -se sabe y los tunecinos nos lo han recordado ahora- ningún Estado aguanta ante un pueblo que, un día dice basta, y se solidariza con un pequeño comerciante inmolado. Veintitrés días de manifestaciones contra veintitrés años de terror: no es un milagro; es lógico; es la mecánica de las cosas; el más puro e implacable mecanismo.

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