domingo, 31 de octubre de 2010

Un enigma, un genio

Es uno de los grandes cerebros del siglo XXI. Revolucionó las matemáticas, abrió campos de investigación, ha resuelto la conjetura de Poincaré, rechazó los más altos galardones mundiales, incluido uno de un millón de dólares. Pero Grigori Perelman prefiere vivir aislado y pobre en San Petersburgo. ¿Qué se esconde detrás de este ser taciturno y egocéntrico, este niño prodigio educado en laboratorios de la inteligencia soviética? Es la historia de Grisha, el genio.

Despeinado, barba hirsuta, uñas largas, mirada reconcentrada, a veces perdida, ropa vieja. Quien se tope con este personaje en la calle -cosa difícil, porque sale de su apartamento, solo a comprar alimentos - seguro lo tomará por un vagabundo, un bombzh. A nadie se le pasaría por la mente que es el mayor matemático de los últimos tiempos, que encaja en el paradigma del científico chiflado. La gente considera que ha perdido la razón, por haber rechazado el millón de dólares que le otorgó el Instituto Clay de Matemáticas (EEUU) por haber resuelto la conjetura de Poincaré -uno de los siete problemas del milenio-, a pesar de vivir en precarias condiciones.

Grisha Perelman -su nombre es Grigori, pero firma con su diminutivo ruso- de niño fue entrenado para ganar premios, a partir de cierto momento los rechazó todos. Un aficionado al ajedrez asociaría el caso de Perelman con el de Bobby Fischer, especialistas consideran que ambos desarrollaron una especie de autismo conocido como síndrome de Aspergen. Antes, rechazó un premio de la Sociedad Matemática Europea y luego la medalla Fields, llamada el Nobel de las Matemáticas, en 2006.

Nada indicaba que llegaría tan alto por los escollos que un judío encontraba en la Unión Soviética, ni que terminaría refugiándose del mundo en un barrio de San Petersburgo. Grisha se inició en el campo de las matemáticas siendo niño, su madre, una matemática que se dedicó a formar una familia, en un encuentro con su maestro comentó que tenía un hijo, con dotes para las matemáticas, como lo probaba su participación en un concurso del barrio donde vivían. El maestro de Lubov, llamó a Serguéi Rukshín, un matemático con un don especial para preparar a niños. El resultado fue que Grisha ingresó con 10 años en el círculo de matemáticas que funcionaba en el Palacio de Pioneros de Leningrado.

Los centros de élite, en la URSS eran clubes donde funcionaban círculos para niños de matemáticas, ajedrez, deportes, música. Grisha no era el más brillante en las competiciones al principio. se mostraba tranquilo, callado. Incluso para solucionar los problemas era introvertido; no escribía nada,, no hacía cálculos en el papel, todo lo analizaba mentalmente hasta obtener la solución, que pasaba a la hoja. Había signos que indicaban que la solución estaba próxima: podía tirar una pelota de pimpón contra la pizarra, caminar de allá para acá, marcar un ritmo con un lapicero, restregaba sus muslos, se frotaba las manos, además de emitir zumbidos que eran, tarareos de alguna pieza musical, como rondó caprichoso de Camille Saint-Saëns.

Se convirtió en el alumno preferido de Rukshín, quien siempre ha defendido que los niños deben concentrarse en aquello que mejor les resulta. Esta posición, dice ha resultado beneficiosa. Rukshín no solo fue el descubridor de Perelman, sino su primer maestro, el que lo formó. A los 14 años, comenzó a darle clases de inglés, para que entrara en el colegio especializado en física y matemáticas de Lenningrado, logrando que estuviera al nivel requerido para que ingresara con sus compañeros en la famosa escuela. Así comenzaba otro experimento de Rukshín -no separar a los pequeños genios superdotados-. lo que generó polémica, pero se impuso; Rukshin recuerda que Perelman se sentaba al fondo de la clase, no hablaba, salvo cuando veía un error en las demostraciones que los niños hacían en la pizarra; entonces levantaba la mano y corregía. Se tomaba las reglas al pie de la letra, y nunca se distraía.

A pesar de sus excentricidades y de su dificultad para comunicarse con otros, Perelman siguió su carrera matemática con relativa normalidad, gracias a las personas que por su talento lo protegieron, siendo admitido en la Universidad de Leningrado, que aceptaba solo dos judíos al año. La táctica seguida fue que Perelaman formara parte del equipo olímpico ruso de matemáticas porque sus miembros ingresaban automáticamente en la Universidad. Grisha lo consiguió con un excelente resultado en las Olimpiadas de Budapest: 42 problemas resueltos de 42. Vivía en su mundo, que funcionaba siguiendo reglas claras, ignoraba el mundo exterior.

A los 29 años, estando en EE UU, la Universidad de Princeton mostró interés por contratarlo como profesor asistente, pero se negó aduciendo que si lo querían, debería ser  de profesor titular. No lo hicieron y lo lamentarian. Perelman fue a Princeton a principios de 1995 a dar una conferencia y para entonces se había convertido ya en el mejor geómetra del mundo. Tampoco aceptó ser profesor titular en Tel Aviv.

Parece haber desarrollado una alergia a los premios a mediados de los noventa. En 1996, la Sociedad Matemática Europea celebró su segundo congreso en Budapest, e instituyó premios para matemáticos menores de 32 años, Grisha, salió victorioso pero dijo que no quería el premio. Parece que comenzó a irritarle la idea de que pudieran juzgar su trabajo, además su enorme autoexigencia, le llevaba a considerar no ser merecedor del premio,  por no haber completado su trabajo. Esta conciencia de su superioridad y su rigidez moral, -modelada por la figura ideal de Alexándrov, con la exigencia de la verdad pura- según sus conocidos, lo lleva a rechazar ese premio y otros posteriores.

Comienza a autoaislarse de la comunidad científica y deja de contestar correos, y es probablemente cuando comenzó con la conjetura de Poincaré. Años después, el matemático norteamericano Mike Anderson recibió un correo electrónico en el que el genio ruso le planteaba dudas sobre un trabajo que acababa de publicar. En el año 2002, Anderson recibió, otro correo de Perelman en el que informaba de que había colgado un nuevo trabajo en Internet. Se trataba de la demostración de la conjetura de Geometrización y de la de Poincaré, aunque no lo especificaba. Anderson leyó el trabajo e invitó a Perelman a EE UU avisando a otros matemáticos  sobre la publicación. Al año siguiente, Perelman colgó una segunda parte de su trabajo, mientras tramitaba el visado para viajar de nuevo a EE UU, donde dio conferencias, comentando que creía que pasaría año y medio o dos antes de que se comprendiera la demostración expuesta en su trabajo.

Al mismo tiempo, comenzaron los problemas. The New York Times publicó dos artículos en los que  insinuaban que lo había hecho para ganar el dinero. Para Grisha, esto, además de falso era un insulto ya que había empezado a trabajar en Poincaré antes que el Clay seleccionara los siete problemas del milenio. Rechazó las ofertas que le hicieron en EEUU y en julio colgó la última parte de su trabajo. La primera era de 30 páginas, la segunda de 22 y ésta de apenas siete. Paradójicamente, el hecho de que colgara su prueba en Internet y se negara a publicarla en una revista especializada -condición del Clay para dar el millón de dólares- impulsó una discusión abierta y pública, que se desarrolló en seminarios especiales.

Algunos matemáticos acometieron la tarea de explicar los trabajos de Perelman, hubo otros que trataron de robarle los laureles proclamandose ser los verdaderos artífices de la solución. Esto y la demora del Instituto Clay en reconocer la prueba, unida a la indiferencia de sus colegas rusos debieron abrir una herida en Grisha. La desilusión en el mundo de los matemáticos, que él creía perfecto y puro, fue creciendo, al tiempo que aumentó su autoaislamiento. Hasta que renunció al puesto en el Instituto Steklov y anunció que abandonaba las matemáticas. Al año siguiente, el comité del programa del congreso mundial le avisó que debía recibir la Medalla Fields, pero Grisha no respondió.

Si puede haber cierta lógica en el rechazo al premio de la Sociedad Europea y en el de la Medalla Fields, es difícil comprender su renuncia al millón de dólares del Instituto Clay, que se entrega por solucionar un problema determinado. Rukshín sostiene que el rechazo se debió  a la profunda desilusión que sufrió al ver la injusticia de la comunidad matemática y lo que él consideraba deshonestidad, como explicó al renunciar a la Medalla Fields. Lo que lo perturbó, según su maestro, no fue que el mundo fuera imperfecto, sino que el mundo de los matemáticos lo fuera también. Precisamente el mundo que se ocupa de la ciencia más exacta, donde algo o es verdad o es mentira, y no hay posición intermedia entre lo correcto o incorrecto. Grisha, creía que en este universo había un espacio perfecto, el altar de la matemática; se consagró a ello inventando un paraíso. Y eso también falló. No pudo tolerar que intentaran apropiarse del resultado de su trabajo ni aceptar que un teorema pudiera ser comprado, vendido o robado".